LAS PEQUEÑAS COSAS
De MIL MIEDOS, apuntar que los más deberíamos mirar de frente, reconocer y acompañar (con el fin de que se volatilicen), son los siguientes:
Miedo a la soledad, miedo a dejar espacio entre uno mismo y el mundo exterior.
Miedo al vacío.
Puede sonar muy abstracto, filosófico, incluso trascendental, pero realmente, es mucho más simple:
Miedos que residen en nuestra mente por simple construcción social, es decir, porque en determinado momento se nos condicionó a parchear heridas emocionales llenándonos de ruido; porque como no, debemos estar “obligados” a sentir en exceso, a experimentar atracones emocionales, o sociales… a creer que del vacío no puede resultar nada, sin saber que, de la nada es desde dónde surgen algunas de las cosas más maravillosas.
Párate un momento y entenderás que, simplemente con el hecho de no hacer nada, ya estás haciendo mucho. Por ejemplo, algo tan simple como inhalar, como cargar nuestros pulmones de aire…
Así como ventilamos la casa con la finalidad de que entre aire fresco, del mismo modo, somos capaces de ventilar nuestro cuerpo. Aunque, a decir verdad, ser capaces no nos lleva a llevarlo a cabo (nunca mejor dicho). Porque respiramos de manera estridente, rápida, sin expandir nuestros pulmones, sin llenar nuestra caja abdominal de suficiente energía como para entender que con esto de “no hacer nada” estamos haciendo lo más simple y rudimentario posible: estar vivos.
Respirar, soltar todo aquello que nos intoxica el cuerpo y, sobre todo, la mente.
Cargarnos de ruido mental, estresante, caótico, frenético; de pasado y de futuro; de realidades paralelas; de expectativas hiper hinchadas, a expensas de sacrificar lo simple, sencillo, liviano…
Un anclaje al presente con una simple toma de aire.
Por Raquel García Bayarri, psicóloga
