7 días tiene la semana, 24 horas tiene el día, 60 minutos tiene la hora. Esto es realidad. El tiempo marca nuestras vidas.
Dependemos, en cierto modo, de un objeto llamado reloj, el cual determina nuestra existencia, porque sin darnos cuenta, estamos supeditados al minutero del reloj. Habremos escuchado en boca de otros e incluso, en diálogo interno el típico: “no tengo tiempo”, “ya lo hago mañana”, “la semana próxima empiezo…” Queda claro que la mayoría de veces, el postergar, es reflejo de un miedo latente, inseguridades proyectadas en un “ya lo haré”. Pero cuando realmente comprobamos que, la mayoría de veces, estos planes aplazados, sueños o metas pensadas pasan a ocupar un segundo plano en lo que podemos denominar el tiempo de nuestra vida, llega la culpa, el arrepentimiento de lo que pudiese haber sido y no fue, por la grandeza y el poder de una mente negativa o simplemente, de una mente insegura.
La vida sigue, el tiempo corre y… ¿te vale la pena ver el tiempo pasar? ¿O realmente te merece vivir una vida en la que el tiempo se para, el reloj deja de tener valor, y simplemente disfrutas de aquello en lo que sueñas despierto? Vivir una vida plena no es ver el tiempo pasar, es simplemente cuando el tiempo se para, tomando el remo de tu vida y caminando hacia la meta. Tu enfoque determina tu realidad, así que… mira bien.
Lunes, 10 de febrero. 7:00 a.m. Suena el despertador, comienza una semana repleta de proyectos por cerrar y reuniones laborales. El mundo de las finanzas: números, números y más números, los cuales deben encajar de manera perfecta. No existe error, error implica fracaso. Diego afronta el lunes con un café rápido y un bol de estrés y ansiedad cubiertos con sirope de autoexigencia. Metro en hora punta, se respira entre todos los pasajeros (estudiantes, trabajadores…) lo siguiente: “el tiempo corre; no llego; debo fichar a las 8:30 en punto; llego tarde al examen; me pondrán falta…” Por fin, oficinas, llega el momento de encender el ordenador, poner en marcha la rutina y obviamente, rendir al máximo y de modo perfecto. En un abrir y cerrar de ojos, Diego se halla en casa, con una sensación de desazón, e incluso apatía. Cierra los ojos y solo visualiza números, cifras enredadas entre dominadas y pres de banca. En su mente confluyen trabajo y vocación. Los números le dan de comer, pero no alimentan su espíritu. El deporte llena su alma, pero claro, si tuviese tiempo, posiblemente podría compaginar trabajo y pasión, pero… son las 20:00 de la tarde y la nutrición deportiva y el entrenamiento de alto rendimiento, mejor los dejamos para mañana, o pasado, o dentro de un mes, ¿o un año o… quizá nunca? El tiempo pasa demasiado rápido…
Lunes, 10 de febrero. 7 a.m. Suena el despertador, comienza una semana repleta de proyectos por realizar. El mundo del deporte: “mens sana in corpore sano”; somos lo que comemos; el cuerpo es nuestro templo y hay que cuidarlo. Diego afronta el lunes con un café con leche y tortitas de cacao y plátano. Metro en hora punta, se observa demasiado estrés en cada uno de los pasajeros del vagón. Por fin, en el centro de trabajo. Confluye su rutina, la cual le llena de satisfacción porque siente que, por medio del entrenamiento deportivo dirigido, ayuda a las personas a cultivar su templo: su cuerpo, el que les permite respirar, andar, en fin, vivir. El tiempo se para, disfruta de cada movimiento, de cada entrenamiento. En un abrir y cerrar de ojos, Diego se halla en casa, con una sensación de satisfacción y realización. En su mente confluyen trabajo y vocación, como dos piezas de un mismo puzle, con un encaje perfecto. El trabajo llena su alma. Ha tenido el tiempo preciso para elegir lo que realmente le permite comer y, sobre todo, vivir. Porque vivir de lo que te hace feliz es que el tiempo se pare. Que el tiempo se pare en modo de disfrute es fluir, es vivir.
Visto el tiempo pasar y la vida cambiar…
¿Tú, con cuál de los dos Diegos te quedas?
Por Raquel García Bayarri, psicóloga