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Alejandra: Ángeles y demonios

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Mujer fuerte, no cabe la menor duda. Aunque esta fortaleza es origen de un trabajo minucioso, desde que ella misma tomó la decisión de recurrir a un gimnasio en la cual poder entrenar su mente: la terapia psicológica. 

Es muy común escuchar que las personas vulnerables son débiles, que los débiles son vulnerables. Y podemos asociar vulnerabilidad a, por ejemplo, un árbol escuálido sin unas buenas raíces en las que poder crecer sanamente. También podemos asociar debilidad a personas carentes de fuerza de voluntad… “Qué débil es Alejandra, que pobrecita no tiene fuerza de voluntad para decir no”

Cuántos perjuicios hemos podido construir a lo largo de nuestra vida, de nuestra historia… 

Debilidad no es sinónimo de carencia de fuerza de voluntad. Debilidad resuena en mí como un potente signo de fortaleza, porque reconocer sentirse débil ya es un poder inmenso, porque significa RECONOCER el no poseer la PERFECCIÓN DIVINA que se nos exige. Relacionar debilidad a falta de fuerza de voluntad y a persona de capacidades inferiores me parece ilógico (y me quedo corta).

La Alejandra adulta ha sabido ser fuerte, a golpe de lecciones de vida. También ha tenido momentos de debilidad, a golpe de humanidad. Porque como ya he nombrado, no existe ser divino, perfecto y simétrico. Si bien llegó un momento en el que decidió romper el cordón umbilical que la unía a sus inseguridades, su timidez, a su falta de poder personal… sus demonios también le han servido para humanizarse más si cabe. 

Timidez, inseguridad, falta de empoderamiento: demonios asaltantes en momentos puntuales.

Empoderamiento, seguridad, extraversión, poder de decisión: ángeles divinos que la conectan con la Alejandra que resuena en su interior, no con la Alejandra que debe ser (concebido desde el exterior y marcado por la sociedad y la cultura).

Porque si tomar la decisión de desvincularse de una persona que, a pesar de no complementarla, la hacía sentir “querida” o, mejor dicho “mal querida”, fue un signo de fortaleza, el echar de menos el afecto que Marcos le servía en un vaso medio vacío, es su mayor debilidad. 

Querer sentirse querida a pesar de que el coste emocional sea devastador, sentirse “mal querida”, aún sabiendas que, si bien lo externo no es más que un envoltorio, Alejandra ha aprendido, a golpe de realidad, que el sentirse querida debe empezar desde ella misma, hacia ella misma. 

Ahora debe aprender a lidiar con sus demonios: el necesitar del afecto masculino localizable en el exterior, debe encontrarlo, pero en el lugar menos esperado. 

Raquel García Bayarri